Una fría tarde del mes de noviembre, una pareja se dirigía a su casa, montados en su coche escuchando un casete de La Guardia.
Justo cuando empezaba a sonar la canción “cartas en el cajón y ninguna es de amor….” la pequeña Pau decidió que ya era hora de ver la luz y conocer a los que desde ese entonces serían sus padres.
El padre, hecho un manojo de nervios, corrió todo lo que pudo al hospital más cercano. La madre, algo más tranquila, pero deseosa de pasar el trance iba tranquilizando a su marido.
“No hay camas, lo siento mucho”- fue la respuesta de una de las enfermeras del hospital.
Pero Pau decidió que no iba a esperar más, que quería ver y conocer mundo lo antes posible, así que en un pasillo de aquel viejo hospital nació una hermosa niña de casi cuatro kilos de peso.
Unos ojos azules como el cielo se clavaron en los ojos de la madre, que no pudo más que llorar de alegría.
Esa niña regordeta y blanquita como la leche era yo…
Pocos días más tarde y en el mismo hospital nació otra niña. Preciosa, morena con mucho pelo y muyyy llorona.
Recibió el nombre de María.
María y yo coincidíamos en el parque con nuestras madres, que eran amigas y vecinas, y poco a poco fuimos haciéndonos amigas.
Empezamos intercambiando sus chupetes y biberones para acabar intercambiándonos nuestras historias más secretas de amor y desamor.
Nos llamaban “zipi y zape”. Una rubia y otra morena, igual de altas con la misma talla y siempre juntas (y por supuesto el mismo corte de pelo..)
Nos podíamos pasar horas hablando de nuestras cosas, no nos hacía falta nadie más, nosotras solas nos entendíamos a la perfección y a las mil maravillas.
Éramos inseparables… cuando cambié de colegio, María no tardó un año en hacerlo. Era impensable para nosotras, en ese entonces, estar separadas.
Nos juntábamos con todos los chicos, siendo partícipes de todas sus gamberradas. Un día poniendo un petardo al coche del director, nos pilló uno de los bedeles:
-“Maríaaaaaa, Pauuuuuuuuu!!! A dirección!!!!”
Como castigo, un día de expulsión (por supuesto firmado por nuestros padres) y limpiar el patio del colegio durante dos semanas.
No sabíamos como llegar a casa con el “regalito”, nos iba a caer una buena… así que decidimos que lo mejor era no volver a casa. ¡Nos íbamos a escapar!
Justo cuando empezaba a sonar la canción “cartas en el cajón y ninguna es de amor….” la pequeña Pau decidió que ya era hora de ver la luz y conocer a los que desde ese entonces serían sus padres.
El padre, hecho un manojo de nervios, corrió todo lo que pudo al hospital más cercano. La madre, algo más tranquila, pero deseosa de pasar el trance iba tranquilizando a su marido.
“No hay camas, lo siento mucho”- fue la respuesta de una de las enfermeras del hospital.
Pero Pau decidió que no iba a esperar más, que quería ver y conocer mundo lo antes posible, así que en un pasillo de aquel viejo hospital nació una hermosa niña de casi cuatro kilos de peso.
Unos ojos azules como el cielo se clavaron en los ojos de la madre, que no pudo más que llorar de alegría.
Esa niña regordeta y blanquita como la leche era yo…
Pocos días más tarde y en el mismo hospital nació otra niña. Preciosa, morena con mucho pelo y muyyy llorona.
Recibió el nombre de María.
María y yo coincidíamos en el parque con nuestras madres, que eran amigas y vecinas, y poco a poco fuimos haciéndonos amigas.
Empezamos intercambiando sus chupetes y biberones para acabar intercambiándonos nuestras historias más secretas de amor y desamor.
Nos llamaban “zipi y zape”. Una rubia y otra morena, igual de altas con la misma talla y siempre juntas (y por supuesto el mismo corte de pelo..)

Nos podíamos pasar horas hablando de nuestras cosas, no nos hacía falta nadie más, nosotras solas nos entendíamos a la perfección y a las mil maravillas.
Éramos inseparables… cuando cambié de colegio, María no tardó un año en hacerlo. Era impensable para nosotras, en ese entonces, estar separadas.
Nos juntábamos con todos los chicos, siendo partícipes de todas sus gamberradas. Un día poniendo un petardo al coche del director, nos pilló uno de los bedeles:
-“Maríaaaaaa, Pauuuuuuuuu!!! A dirección!!!!”
Como castigo, un día de expulsión (por supuesto firmado por nuestros padres) y limpiar el patio del colegio durante dos semanas.
No sabíamos como llegar a casa con el “regalito”, nos iba a caer una buena… así que decidimos que lo mejor era no volver a casa. ¡Nos íbamos a escapar!
Trazamos el plan como auténticas profesionales que quieren escaparse de Alcatraz… fuimos a casa y cogimos lo necesario para la supervivencia, algo de ropa y comida. Nos fuimos al parque a pensar donde podíamos irnos. A las cinco de la tarde no nos quedaba nada de comida, entre las dos no juntábamos más de 500 pesetas y estábamos heladas de frío.
A las nueve de la noche seguíamos pensando donde pasar la primera noche de independencia, hasta que María (siempre ha sido algo más sensata que yo) decidió que lo mejor era volver a casa y dar la cara… Yo estaba deseando decirlo, pero no quería quedar como una cobarde, así que me vino bien que fuese ella la que lo dijera…
Como dos almas en pena con las narices rojas como Fofito, las manos acartonadas del frío y con más hambre que los pavos de la tía Manuela pusimos rumbo a casa.
A esa hora nuestros padres ya se habían percatado de nuestra ausencia y habían congregado a familiares, amigos, vecinos y fuerzas del Estado para salir en busca de las dos…
El bofetón que dio a María su padre se escuchó en todo Madrid… yo que siempre he sido más aguilucho conseguí escabullirme de todos para que la hostia al menos me la dieran en “petit comité” y no delante de los cientos de almas deseosos de engancharnos y abofetearnos.
Resultado de la gracia: un azotazo de mi madre que 15 años después me sigue escociendo. Un mes castigada por mi intento de escape. Un mes castigada por mi expulsión. Y por supuesto, igual que Naomi Campbell, hacer trabajos de limpieza para la comunidad escolar…
Con María he conocido todas las discotecas, bares, pubs y terrazas de Madrid y alrededores y consigo han venido las primeras borracheras, las primeras resacas y los primeros juramentos de no volver a probar el alcohol en la vida.
Con quince años nos fuimos a Kapital, por ese entonces muyyy de moda. El pánico escénico por si nos pedían el carné nos hizo pintarnos como puertas y vestirnos como golfas para intentar aparentar más edad.
Funcionó.
Una vez en la barra nos liamos a beber DYC (muy fuerteeeee) con una alegría pasmosa. ¿Y que mejor que fumarnos un cigarrito haciendo Marías?
Sufrimos aquel estado de “exaltación de la amistad” en la que a todo borracho le da por alabar la belleza y el amor que siente hacia toda persona. Amábamos a todo aquel que estaba en la sala Kapital, y María, que como ya he dicho que era algo más coherente que yo, decidió que más valía una retirada a tiempo…
Pero mi María, que aunque más consecuente era algo más torpe, tropezó en las escaleras y bajó rodando unos 20 peldaños…
Resultado: una brecha, seis puntos, un taxi a urgencias, llamada a nuestros padres, a María bofetón y a Pau azotado (en privado por supuesto). Otro mes castigadas…
Una de las últimas la recuerdo con especial cariño… Quedamos y nos liamos a hablar del pasado, que si ya somos mayores, que si no es lo mismo… Y decidimos que no había mejor manera de homenajear al pasado que enganchándonos una buena borrachera…
Resultado: las dos en el Almonte bailando sevillanas como suponíamos lo haría Carlton, el del príncipe de Bel Air (jamás me preguntéis como es…). Taxi a casa ya que nuestras condiciones para coger el coche eran mínimas. A la mañana siguiente amanecimos las dos metidicas en mi cama, totalmente vestidas, con unos tomates en las medias del tamaño de un melón y las piernas llenas de moratones (supongo que de algún golpazo que no consigo recordar..).
He vivido mis mejores momentos con ella, me ha ayudado en los peores. Hemos llorado y hemos reído. Hemos discutido y reconciliado. Nos hemos odiado, pero sobre todo nos hemos querido.
Hoy esas niñas han crecido, ya no se escapan de casa juntas ni llaman a las casas para salir corriendo. Ya no roban tabaco a sus padres ni dinero para beber. Ya no se pintan a escondidas. Y ya no quieren aparentar más edad… porque ya la tienen…
María ya es una mujer y va a ser madre en unos meses. Su hija se dará cuenta, con el paso del tiempo, la suerte de tener la madre que tiene.
Vas a ser una madre maravillosa.
Te quiero con locura.

P.D: Este post también se lo dedico a Cru, por la obra de arte que me ha hecho y por ser madre. Tu E tiene mucha suerte.
Mil besos!!!
Pau.